lunes, 31 de agosto de 2009

28. EL MIEDO A VIVIR

El exceso de trabajo no nos deja vivir. En la misma medida en que los hombres caemos en la vorágine de la lucha por la supervivencia, vamos ahogando nuestra sensibilidad y desconectándonos de la vida. Esta es una fuente sumamente destructiva de la salud, no sólo física sino, y sobretodo, mental. La mayoría de los peruanos no sufren por el consumismo, sino por la lucha desesperada por la supervivencia, agravada por la oferta alienada del consumismo y por la obsolescencia de las profesiones y destrezas que habíamos adquirido. La masculinidad sufre severamente esta alienación, porque gran parte de nuestro orgullo masculino se ha construido alrededor de la idea de que somos los que traemos el pan al hogar. La frustración, la vergüenza, la humillación, van entumeciendo nuestra capacidad de percibir lo inaceptable, ahogando nuestra sensibilidad, llegando incluso a hundirnos en adicciones absurdas. Tenemos que defendernos de esta locura. La guerra interna en el país aún nos desgarra, la corrupción y el narcotráfico destrozan vidas y consciencias, la violencia en las calles, protagonizada por delincuentes y por el tráfico, nos encierra en la paranoia. Pero los hombres tenemos que estar en la primera fila de quienes luchan por no encerrarnos en el miedo, por cuidar de la sensibilidad y abrirnos al amor. La sensación de que perder el control nos paraliza en el miedo. Pero, si bien es verdad que no podemos controlarlo todo, hay que reconocer que sólo si abrimos nuestros brazos al amor salvaremos nuestro espíritu de la locura y encontraremos la vida viviendo frente a nuestros ojos. No vaya a sorprendernos la muerte, sin darnos cuenta que ni siquiera hemos vivido. Palabra de hombre.

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