miércoles, 19 de agosto de 2009

19. EL ALIMENTO ESPIRITUAL MUTUO

Cuando una persona sufre de verdad, no por adicción al sufrimiento sino por una causa real, y estás a su lado, no necesita que sufras tu también y llores con ella. Nunca podrás sentir lo que ella siente y tu llanto puede confundirla. Es verdad que a veces no podemos evitarlo, sobretodo si lo que lo embarga es la tristeza profunda, o el miedo. Nuestras neuronas llamadas “espejo” nos hacen resonar en diapasón con esa persona y sentimos algo muy parecido. Nunca igual. Algo similar ocurre con la furia, pero mucho menos con la culpa, o la vergüenza que también hacen sufrir, eso que llamamos “vergüenza ajena”. Pretender que sufres empáticamente puede ser engañoso. La verdad es que nunca podemos saber real y profundamente qué es lo que le ocurre al que sufre. Pero, si podemos sostener nuestra presencia al lado de esta persona, sin agudizar con nuestro miedo su sufrimiento, sin pretender aliviarlo tampoco, tratando de calmarla o distraerla, ella se sentirá simplemente acogida, cuidada, acompañada. Y nos devolverá la mirada agradecida.

Eso me nutre a mí como ser humano, me enriquece. Y ese alimento espiritual regresa al sufriente, sin ningún esfuerzo, y así nos brindamos cuidados mutuamente, como un espejo frente a otro espejo, reproduciendo ad infinitum las imágenes compasivas de la plenitud... Ese es el círculo virtuoso de la compasión. Palabra de hombre.

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