miércoles, 19 de agosto de 2009

18. LA COMPASION

Cuando un niño, o un anciano indefenso, sufren por razones muy reales, como una enfermedad muy seria, o un abuso, muchas veces no sabemos qué hacer con nuestros propios sentimientos. Nos confunde nuestra impotencia. A veces podemos ofrecer un alivio, pero no podemos quitarle el sufrimiento que los embarga, ni el miedo, ni la pena. Lo único que nos queda es la compasión. No la lástima que puede ser humillante, Ni una supuesta empatía que sería una arrogancia.

La compasión, como forma superior de amor, es incondicional, es una cualidad de nuestra presencia, de nuestra actitud y no depende del otro sino de nosotros mismos. Gracias a ella, no oponemos nuestros miedos, ascos, juicios, culpas y vergüenzas a lo que ocurre. No sumemos el sufrimiento de nuestras resistencias, negaciones y defensas, a lo que ya existe como dolor.

La compasión no lucha inútilmente por no sufrir, no se esfuerza neuróticamente por evitar las emociones y sentimientos que surgen.

La actitud compasiva en realidad genera una sensación de plenitud, de intensidad, de flujo libre, que tiene algo de la cualidad del gozo… ¿porqué?... Porque es bueno hacer sentir al otro que no está solo, que hay un sentido, un camino solidario de crecimiento, de plenitud, de aprendizaje, a pesar de todo. Palabra de hombre

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