jueves, 25 de febrero de 2010

57. CRECER COMO HOMBRES

Nunca vamos a crecer los hombres si no nos despertamos del sueño en el que estamos sumergidos. Nuestras madres son también responsables de nuestra confusión no sólo nuestros padres y ancestros hombres, porque ellas son transmisoras muy directas de los mitos a veces perversos sobre la masculinidad. El torpor que nos embriaga es la confusión misma que surge de vivir de maneras automáticas, reactivas, por nuestros hábitos, costumbres, que seguimos mayormente sin mediar reflexión alguna. Repetimos lo que aprendimos de pequeños acerca de lo que es “ser hombre” o lo que vemos y registramos a nuestro alrededor, de manera inconsciente. Y todo comportamiento inconsciente es irresponsable. A lo que conduce a nuestra conducta irreflexiva es al abuso, a la prepotencia, a la negligencia, a la infidelidad compulsiva, a actitudes autoritarias, que manchan nuestro género con la imagen del llamado “machismo”. Buscamos consuelo o justificación en una imagen de poder, en algún supuesto orden divino o fantasía religiosa, que niega nuestra fragilidad innata como seres mortales, que nos embriaga de fantasías omnipotentes sobre un supuesto rol del “Hombre”. Estos espejismos se quiebran en un desorden mental, cuando la realidad se impone con la enfermedad y la consciencia de la inevitabilidad de la muerte y nuestra respuesta se tiñe de miedos, tristezas, furias inútiles. La respuesta sana y sanadora, es la constante ampliación de nuestra consciencia, conducente a la compasión, el amor, el cuidado de la vida, la protección del más débil o del que no se puede defender. Esa es la Ley del Padre para mí. Palabra de hombre.

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